viernes, 14 de agosto de 2009

FUTUROS


Como bien muestra la foto, los caminos son múltiples, pero sólo hay un camino continuar adelante, y esa continuación pasa por seguir escribiendo, te apetece leer el primer capítulo de mi próximo libro, a mi también. Es broma, a continuación muestro el texto del cual probablemente partira.
TEXTO EN PROCESO
TÍTULO PROVISIONAL
EN BUSCA DEL DEPORVITO ROJO
Caminaba con decisión sobre los miles de pequeños círculos en relieve que componían la superficie plastificada del finger, Mauro, se dirigía al interior del avión preguntándose si repartirían esas servilletas calientes para refrescarse las manos cuando accedió al Boeing correspondiendo a la bienvenida de dos miembros de la tripulación con la soltura de quien saluda a unos amigos con los que acostumbra a cenar los fines de semana. Tenía hambre.
Ocupó su plaza. A su izquierda el pasillo como había solicitado, a la derecha una pareja ya madura que intuía no le molestarían. Despasó su cinturón, aflojó los cordones de sus botines y dejó caer los párpados sobre sus ojos. El asiento era bastante cómodo, la señal luminosa con un cigarrillo tachado le recordó que no podría fumar en las aproximadamente catorce horas, sin escalas, que duraría el vuelo. Rememoró a Fidel Castro. ¿Aguantaría aquel mítico personaje catorce horas sin fumar uno de esos emblemáticos Habanos? No sabía con seguridad si eran seis o siete los meses que habían transcurrido desde aquella tarde en que coincidió con algunos guardaespaldas y el mismísimo Comandante paseando por una playa al Norte de La Habana. Qué extraordinario sentarse a la sombra de un cañizo junto a quién el padre de su madre y otros millones de personas consideraban un semidiós digno de veneraban, mientras para tantos otros era un bastardo que sólo merecía morir. Revivió aquella tarde de tranquila conversación con el camarada Fidel. Qué bueno el sabor dulce y suave del ron que ese hombre había compartido con él hablándole de justicia con esa mirada infinita y su voz rotunda y lenta sobre las olas.
Comenzaron a circular sobre la pista. Se sentía bien, relajado, a gusto consigo mismo y en armonía con el mundo en el que habitaba. Constantes y repetidos confinamientos en aviones habían llevado a Mauro a adquirir la costumbre de componerse una imagen objetiva de si mismo cada vez que volaba. Sacar la foto de su existencia le resultaba cada vez más sencillo y menos distraído. Procedió. Estaba a punto de cumplir 29 años y exceptuando sus lagunas mentales y penosa memoria, las extrañas sensaciones de hormigueo en brazos y piernas, repentinas punzadas en el corazón que prefería ignorar y algunas molestias de espalda consideraba su estado de salud como aceptable. En cuanto a su familia hacía años que lo había dado por un caso perdido, incluida su santa madre, que gracias a dios o al demonio, vivía ajena a sus viajes y quehaceres. Algunos de sus amigos apenas recordaban su nombre, y dos de las tres de sus ex-novias ya se habían casado con otros. Sin un patrimonio que administrar, sin rentas por cobrar, sin empleados por los que velar, sin un jefe que lo estresara, su ultimó trabajo de los denominados estables le había durado cinco meses. Sin trabajo, sin coche, sin un techo al que regresar. Sin hipotecas, sin créditos a devolver, sin facturas a pagar y sin platos sucios por fregar, nadie lo había despedido con lágrimas, ha nadie le había prometido su pronto regreso y nadie lo recibiría con una cena caliente al aterrizar. Mauro no compraría souvenirs, no tomaría fotos, ni enviaría postales ya que nadie sabía donde se encontraba y menos hacía donde volaba. Su apellido no figuraba en la partida de nacimiento de ningún crío, sus dedos estaban libres de metales de compromiso, su bolsa de viaje era ligera y su billete de vuelta inexistente, finalizó Mauro el estudio sobre si mismo sintiéndose libre, libre y feliz.
La megafonía confirmó que habían entrado en pista de despegue. Terminado el pasatiempo y ante la necesidad de mantener su mente ocupada Mauro quiso considerarse como un pájaro, un gran pájaro a punto de iniciar una larga travesía en la que sólo su capricho y el de los vientos fijarían el rumbo. Quiso ser un albatros, un gran albatros, dispuesto a surcar los vientos para planear sobre mares y cruzar océanos de norte a sur acompañando con su vuelo a los buques mercantes navegados por marineros supersticiosos hasta arribar a costas de nombres desconocidos. Notó la aceleración. Un albatros, se vio como un albatros hasta que su mirada se posó en la nuca rosada bajo el pelo recogido de una joven azafata que se sentó ocupando su plaza para el despegue. Cómo podía la naturaleza haber creado un cuerpo de serpiente para rematarlo con el rostro de un ángel de manos enguantadas en cuero negro. La fuerza de la aceleración pegó a Mauro al respaldo. Ya no quiso ser más un albatros. Ahora prefería ser un colibrí. Y es que tres segundos de meditación le hicieron comprender que los albatros pasaban la mayor parte de su vida volando sobre los océanos, obligados a dormir en pleno vuelo, bebiendo agua salada y comiendo peces muertos. Mientras por su parte, los colibríes residían en jardines tropicales, vestían llamativos colores que brillaban bajo el sol, podían quedarse suspendidos en el aire y pasaban su tiempo visitando flores siempre receptivas a sus picos. Su mente le ofreció distintas posibilidades e imágenes que le indicaron que La Diosa de la Nuca Rosada valía mucho más que para servir zumos.
Volaban en un cielo entre negro y azul. Echó un vistazo a las revistas y se dio un paseo por los canales de audio y video. Todo funcionaba correctamente. Se detuvo en el canal de información de vuelo donde aparecía la posición exacta del avión, primero sobre un mapa local, después en un mapa continental y por último en uno mundial donde también se mostraba la ciudad de destino del vuelo. Mauro retrocedió un año en el tiempo. Por aquel entonces la astrología, la quiromancia, la cartomancia o cualquiera de los posibles millones de mancias que al parecer existían se le antojaban simples patrañas, cuentos chinos para embaucar y sacar dinero a los incautos. Por esa razón, si doce meses atrás el más afamado y prestigioso de los adivinos lo hubiera mirado fijamente a los ojos vaticinando, jurando y perjurando sobre cualquier dios o sobre la gloria de su madre que, con todo seguridad los astros, las cartas, la bola, el vuelo de las aves al amanecer y la forma en que apagaba los cigarrillos en combinación con Nostradamus y su nuevo número de móvil anunciaban de forma rotunda e inequívoca que él, Mauro Páramo, iba a viajar a la Bahía de los Perfumes, él, Mauro, se hubiera echado a reír tomado a ese individuo por un lunático chiflado cuyas palabras carecían de todo fundamento y valor. Un año atrás ni tan siquiera podía situar con exactitud esa ciudad en un mapa. Y ahora allí estaba volando a 28,953 pies, a una velocidad de 799 kilómetros hora, restaban por recorrer 11.590 kilómetros lo que daba un tiempo estimado de vuelo de 14:02 horas para aterrizar en Hong Kong y la temperatura en el exterior era de menos treinta.
Jugueteó con los controles escuchado diferentes músicas hasta que los luminosos indicando permanecer sentados con los cinturones abrochados se apagaron. Se metió en un lavabo donde tras realizar ciertas necesidades, consultó su particular oráculo sin obtener respuestas. Por último tropezó con su imagen reflejada en el espejo, un rápido vistazo le bastó para llegar a la conclusión de que su dentadura blanca y alineada, su importante nariz, su pelo rapado y su piel morena perfilaban un aspecto agresivo y salvaje. Arregló el cuello de su camisa azul, que calificó como irresistible para cualquier mujer, se sonrió.
Ver aparecer el carrito de las bebidas conducido a lo lejos por dos azafatas poco a nada atractivas le causo desilusión. Tener que contemplar los lentos avances y paradas de ese carrito que nunca llegaba lo traslado a los días de colegio. Estaba sentado en clase y sabía que todavía faltaban dos interminables semanas para que les dieran las vacaciones que nunca llegaban. La tortura resultaba insoportable.
-Red wine, please. -eligió preguntándose por qué no podía servirle La Diosa de la Nuca Rosada.
La azafata a la que Mauro califico igual de excitante como podría haberlo sido la madre de Heidi colocó un vaso y dos botellas, cada una de un cuarto de vino tinto, sobre su tabla-mesa, le regalo una sonrisa de empleado de McDonald´s al entregar a un niño su Happy Meal y siguió con lo suyo. Ahora bien. Debía interpretar el que le hubiera colocado dos botellas, y no una, como un gesto de deferencia hacía él, ¿o acaso aquella señora había reconocido ciertos rasgos de alcohólico en su rostro?
Aunque la comida no fue anunciada con toalla caliente para aclararse las manos, ni incluyó nada parecido a caviar iraní servido sobre una base de hielo azulado. Después de haber comido, bebido las dos botellas de tinto, tomado el té y apurar un digestivo gin-tónic, nuestro protagonista sólo pudo cubrirse con su manta de vuelo, cerrar los ojos, reclinar su asiento al máximo y dejarse acunar por el vino mientras la ginebra jugaba con sus neuronas volando sobre países quizás en paz, quizás en guerra, donde por extraño que se le antojará muchos metros por debajo nacían y morían personas ajenas a su existencia. Claire vestida de negro entre el verde del bosque, las Torres ardiendo, pepinos gigantes, y algunas palabras escritas sobre la lápida que cubría la tumba de Shakespeare acompañadas por ruidos de cacharrería y sirenas de policía dieron comienzo a la memoria de lo que sigue.
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Este texto aún no está disponible en las mejores librerías, ni en las peores, aún no está publicado, pero podéis y agradeceré que preguntéis y preguntéis por En Busca del Deportivo Rojo, de Sergi Durà.


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